Más allá de la COVID-19: cómo las consecuencias de la pandemia amenazan la salud de las personas mayores

Nuestra esperanza de vida ha crecido y es una de las causas de que el número de personas mayores de 65 años sea cada vez más numeroso. En España, a 1 de enero de 2020, unos nueve millones de personas superaban esta edad, lo que representa un 19% de la población total (21% en mujeres y 17% en hombres) (INE, 2020). Se trata de un colectivo vulnerable pero también heterogéneo, pues no todos envejecemos igual.
- Las personas mayores y el riesgo de contagio por COVID-19
- Seguir atendiendo a las personas con enfermedades crónicas
- Promover la movilidad física de las personas mayores
- Prestar atención a los síntomas de ansiedad y la sensación de aislamiento
- Para no dejar atrás a las personas mayores
Las personas mayores y el riesgo de contagio por COVID-19
Desde el inicio de la pandemia de COVID-19, diferentes estudios han señalado que tener más de 65 años y sufrir enfermedades crónicas -dos factores que a menudo van unidos- aumentan el riesgo de desarrollar versiones más severas de la enfermedad (Wu C et al, 2020; Docherty AB et al, 2020). Y los informes españoles lo confirman: es el grupo de población que presenta las mayores tasas de hospitalización por COVID-19, de ingresos en unidades de cuidados intensivos (UCI) y de muertes.
Por este motivo, en nuestro país se estableció durante el confinamiento que las personas mayores salieran lo mínimo de casa y en horarios específicos. El objetivo era disminuir las posibilidades de contagio, aunque eso significó que también disminuyeron las de movilidad e interacción social. Así que para las personas mayores, a un mayor riesgo de infección y de sufrir más severamente la enfermedad se añadió una mayor vulnerabilidad a los efectos del confinamiento.
En resumen, las personas mayores se vieron más afectadas por la emergencia sanitaria porque:
- Al reorganizarse los entornos sanitarios, se interrumpió la monitorización y el tratamiento de las enfermedades crónicas.
- El confinamiento disminuyó su actividad física, con las consecuencias que esto tuvo en su salud.
- Al haberse restringido sus interacciones sociales, podrían haber sufrido mayor soledad y sentimiento de abandono, sobre todo si no manejaban tecnología.
Repasemos uno a uno estos puntos.
Seguir atendiendo a las personas con enfermedades crónicas
Alrededor de un 90% de las personas mayores padece al menos una enfermedad crónica, y la media en este colectivo es de casi tres enfermedades crónicas por persona (Barnet K et al, 2012). Durante la crisis de la pandemia, al reorganizarse los servicios sanitarios, el cuidado de estas enfermedades ha quedado en un segundo plano. Ha habido retrasos en el diagnóstico, así como demoras, modificaciones o interrupciones en los tratamientos farmacológicos, quirúrgicos o de otro tipo.
A esta falta de personal sanitario, de material o de espacio, se ha sumado que a las personas mayores les ha resultado a veces difícil desplazarse a los centros sanitarios o que simplemente tienen miedo de contagiarse en las visitas. A veces no quieren “molestar”.
La emergencia sanitaria ha tenido, además, otras consecuencias: se ha modificado el tratamiento habitual cuando podía tener un efecto inmunosupresor y han disminuido los órganos de donantes disponibles.
En este contexto, muchos centros sanitarios han decidido impulsar la automonitorización (por ejemplo, en pacientes diabéticos) y han incorporado o han ampliado la asistencia no presencial mediante consultas telefónicas y en línea. Estas modalidades reducen el riesgo de contagio pero no siempre son efectivas si la persona tiene dificultades para manejarse digitalmente o si necesita un examen físico, como por ejemplo una exploración neurológica. Por ello, resulta prioritario recuperar la continuidad asistencial respetando los principios de equidad y de acceso universal.
Promover la movilidad física de las personas mayores
La pandemia y el confinamiento han tenido repercusiones también en la movilidad física. En los 30 días posteriores a la declaración mundial de la pandemia se detectó que el número de pasos diarios disminuía globalmente más de un 27% (Tison GH et al, 2020). En el caso de las personas mayores, es probable que esa reducción fuera aun mayor, ya que no tenían que cumplir con compromisos laborales, podía resultarles difícil acceder a espacios comunitarios debido a la falta de ascensores o a escaleras en mal estado, tal vez dependían de terceras personas para desplazarse o, de nuevo, tenían miedo de contagiarse, incluso una vez había pasado el confinamiento. Si este miedo persiste y sigue reduciendo la movilidad tendrá efectos a largo plazo.
A partir del marco conceptual de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para describir el funcionamiento, la discapacidad y la salud (OMS, 2001), los efectos de la inmovilidad asociada a la pandemia y el confinamiento en las personas mayores pueden clasificarse en tres categorías:
- Déficits en las funciones y estructuras corporales (restricciones en el rango articular, disminución de la densidad ósea, etc.)
- Limitaciones en los niveles de actividad (disminución de la capacidad de desplazarse o de realizar tareas del hogar)
- Limitaciones en la participación (incapacidad de asistir a talleres de aprendizaje, actividades comunitarias, etc. y disminución de la capacidad de establecer relaciones interpersonales)
Así pues, las personas mayores pueden haber visto reducidas sus actividades dentro y fuera del hogar, lo que podría hacer que el aislamiento social persistiera pasada la pandemia.
Prestar atención a los síntomas de ansiedad y la sensación de aislamiento
Finalmente, teniendo en cuenta crisis humanitarias y sanitarias anteriores, se prevé que la pandemia incremente de forma notable los problemas de salud mental en la población, con síntomas de ansiedad y depresión, abuso del alcohol y otras drogas, autolesiones o suicidio. Este impacto podría ser mayor en las personas mayores (Holmes EA et al, 2020), que ya representaban un reto mundial en lo que respecta a la salud mental.
Algunos de estos efectos sobre la salud mental de las personas mayores se asocian con las características de la COVID-19. La insistencia de los medios de comunicación en que extremen el autocuidado y la higiene personal las ha expuesto de manera repetida a una información alarmante que ha podido generar miedo patológico al contagio y una preocupación crónica en la enfermedad, lo que ha aumentado su estrés y ansiedad (Garfin DR et al, 2020).
Por otro lado, las medidas de confinamiento limitaron el que pudieran salir a encontrarse con amigos, cuidaran de sus nietos, pasearan o hicieran la compra. Se cerraron también espacios comunes como centros cívicos, culturales y comunitarios, que para este colectivo son puntos de interacción importantes. Mientras los más jóvenes recurrieron a la tecnología y las plataformas digitales para mantener el contacto con sus amigos y familiares, algunas personas mayores no utilizaron estas herramientas porque, según datos del Instituto Nacional de Estadística de 2019, solo un 24,8% de la población mayor de 75 años ha usado alguna vez internet (INE, 2020). En un contexto de pandemia, esta brecha digital ahonda aún más los sentimientos de aislamiento y soledad de las personas mayores, que eran ya un problema de salud pública grave antes de la pandemia (Armitage R et al, 2020).
A las personas mayores les ha afectado también la incertidumbre financiera, que sufren en primera persona o en su núcleo familiar. Tuvieron, por otro lado, que ocuparse más de los familiares dependientes y, en muchos casos, cuidaron de sus nietos cuando cerraron los colegios y los padres no pudieron ocuparse de ellos, y eso en contra de las recomendaciones sanitarias. Más que ningún otro colectivo, además, se enfrentaron a la pérdida de seres queridos que vivían en residencias.
Finalmente, vale la pena recordar que, por las medidas de aislamiento, las personas mayores dependientes pueden ser más vulnerables a diferentes formas de maltrato. Se necesitan acciones específicas para prevenir este posible abuso físico o psicológico.
Para no dejar atrás a las personas mayores
Es urgente dar visibilidad al colectivo de personas mayores como una población particularmente vulnerable a los efectos de salud, sociales y económicos que tiene el confinamiento. Estas son algunas recomendaciones de buenas prácticas de cara a iniciativas futuras:
- Asegurar que las personas mayores continúen accediendo a los servicios sanitarios. Pueden llegar nuevas olas de infección (o nuevos virus). Es fundamental planificar una reorganización del sistema sanitario que permita atender emergencias sin dejar de lado el cuidado de personas mayores que ya padecen enfermedades, reforzando la atención primaria y asegurando la disponibilidad de recursos humanos para el control de las enfermedades crónicas, entre otros.
- Promover su movilidad física. Es básico seguir fomentando que las personas mayores practiquen algún tipo de ejercicio tanto en casa como fuera.
- Minimizar los efectos del confinamiento en la salud mental de las personas mayores. Hay que estar preparado para las secuelas psicológicas que el confinamiento y la pandemia dejen en las personas mayores, y prestar especial atención a los primeros signos de ansiedad y depresión, y al uso abusivo de alcohol y otras drogas.
Escuchar a las personas mayores. Por último, es primordial tenerlas en cuenta al preparar protocolos de acción e iniciativas para ellas.