Cómo afrontar el sentimiento de culpa

Generalmente el sentimiento de culpa se asocia con la experiencia de haber traspasado las normas éticas, personales o sociales y aparece especialmente si alguien ha salido perjudicado.
¿Por qué surge el sentimiento de culpa?
La función de esta emoción es facilitar el intento de reparación. Por lo tanto, en principio es una emoción necesaria para la adaptación al entorno.
La culpa solo es positiva cuando conlleva un aprendizaje. Debemos afrontarlo desde una perspectiva constructiva.
Sin embargo, la culpa solamente es positiva cuando conlleva un aprendizaje. Así, se puede diferenciar entre la culpa sana, que surge como consecuencia de un perjuicio real que hemos causado a alguien, y la enfermiza o mórbida, en la que no existe una falta objetiva que la justifique. Este último tipo de culpa es destructiva, paralizante y no ayuda a la adaptación al medio. Además, puede conllevar otros síntomas como dolores, tensión, ansiedad, entre otros, y pensamientos recurrentes de auto reproche. De esta manera, una elevada tendencia a experimentar el sentimiento de culpa puede enmascarar una baja autoestima, una excesiva necesidad de aprobación o un elevado perfeccionismo, además de un alto grado de rigidez mental.
El sentimiento de culpa debe ayudar a responsabilizarnos de las propias acciones y a tomar las riendas de la propia vida. Por lo tanto, la clave no está en el sentimiento en sí, sino en lo que se hace con el mismo; es decir, en cómo se maneja y se afronta desde una perspectiva positiva y constructiva.
Algunas indicaciones para afrontar y manejar el sentimiento de culpa
- Tratar de asumir una postura abierta y flexible de las distintas situaciones que se atraviesan; es decir, pensar equitativamente en aspectos positivos y negativos y percibir los matices.
- Saber reconocer cuándo una conducta ha sido mala o inadecuada, sin confundir la conducta concreta con la globalidad de nuestra persona. Es importante aceptar las consecuencias producidas y analizar el motivo de la propia actuación, corregirlo en la medida de lo posible y pedir disculpas sinceramente, además de aprender de lo sucedido para no cometer de nuevo el mismo error. Realizar este proceso es sinónimo de responsabilidad, crecimiento personal y de madurez.
- Evaluar los episodios concretos que han desencadenado un sentimiento de culpa, detectando que en muchas ocasiones la persona no tenía forma de anticipar o prever ese daño o que, en todo caso, la responsabilidad por lo sucedido está repartida entre más personas o factores. E, incluso, es importante valorar también la intencionalidad que se tenía al realizar aquella acción o la información y conocimiento disponibles en ese momento.
- Analizar la propia conducta con ánimo de entender por qué motivo se actuó así, qué sentimientos había, qué pensamientos se tenían y qué se deseaba conseguir con esta acción, teniendo en cuenta que tratar de analizar y de entender no significa justificar.
- Pasar a la acción para tratar de solucionar la situación en lugar de pensar incansablemente en lo sucedido y lo que se debería haber hecho o dejado de hacer, con el objetivo de vivir en el momento presente en lugar de quedarse anclado a un momento doloroso del pasado.
- Pensar en la forma de subsanar el daño ocasionado, en lugar de dejarse atrapar por el inmovilismo y el sufrimiento de mantenerse con el sentimiento de culpa. Es recomendable tratar de utilizar la energía que nos consumiría al permanecer con el sentimiento de culpa para llevar a cabo algún propósito positivo, preguntándose qué se puede hacer para mejorar la situación y aumentar el propio bienestar.
- Mirar atrás solamente con el objetivo de aprender de los errores.
- Hacer realmente lo que uno quiere, siempre y cuando no se perjudique a los demás y sin tratar de ajustarse siempre a las expectativas o los deseos ajenos.