La vida no espera

Allí estaba, sentado en una bonita poltrona caoba. Leía el periódico, siempre empezando por el final. Lo hacía desde hace más de setenta años, no iba a cambiar ahora. Su rostro, lleno de surcos, profundos, como cauces de ríos sin agua, reflejaba casi un siglo de vida. Y no una vida fácil precisamente. De vez en cuando, alargaba su brazo y con su mano, temblorosa, cogía la taza de café. Era una de las pocas cosas que no había dejado por el camino. Su mujer ya no estaba, la mayoría de sus amigos tampoco y sólo quedaba un hermano que casi no podía moverse por sí solo en un asilo a las afueras de la ciudad . Sabía que su casa, ahora, era una sala de espera. Pero lo llevaba con naturalidad. Con la misma con la que llega el invierno y luego se va. De repente, sonó el timbre.
Se incorporó, despacio, haciendo fuerza con sus brazos mientras agarraba los reposa brazos del sillón. La artrosis no le dejaba doblar mucho las rodillas, pero se apañaba bien. Es duro acostumbrarse a estar tan oxidado. Abrió la puerta.
-¡Que tal abuelo!-
-¡Hombre! tu por aquí, que sorpresa tan agradable-.
-Tenía el día libre y he pensado en hacerte una visita-
-Claro, bien hecho, pasa pasa, hay café recién hecho.-
-Los dos se sentaron en la mesa, uno enfrente del otro y se sirvieron café-.
-Abuelo, tengo que contarte una buena noticia-dijo el joven con el rostro lleno de alegría.
-¡Me caso al año que viene, el doce de octubre!-
-Qué alegría más grande. Tendré que comprarme un traje nuevo…Por cierto, ¿Te he contado alguna vez cómo le pedí matrimonio a tu abuela?-
- Pues no, la verdad es que no me suena-
- Fue allá por el 1949, yo apenas había cumplido los veinte años, pero ya llevábamos cinco años saliendo juntos. Para entonces yo repartía huevos y leche por las tiendas de los barrios. Trabajaba doce horas. Un año antes de pedírselo, comencé a tomar clases de violín a escondidas. Ella no intuía nada. Compré el violín con un dinero que fui ahorrando y escondía en un cajón. Tenía el violín siempre en casa del profesor para evitar sospechas. Además de profesor de violín, era el gerente del teatro principal de la ciudad. Le comenté la idea de que un día que no hubiera obra, pudiera entrar y darle la sorpresa.
-Joer abuelo, ¿Cómo te lo curraste no?-
- Sabía que para ella sería un momento inolvidable. Así que cuando llegó el día, le dije que se arreglara, que había cogido entradas para el teatro. Fuimos allí. Todo estaba preparado. Mi profesor se había vestido de acomodador. Era un tipo genial. Una vez sentados, para que no se mosqueara, le dije que me esperara, que quizás había confundido la hora de la obra, ya que sólo estábamos los dos. Y entonces se levantó el telón y allí estaba yo con mi violín. Empecé a tocar la “vie en rose” de Piaf, su canción favorita.
-Nunca me habías contado esta historia de ti y la abuela…-
-Es un recuerdo tan vívido que a veces aún me veo en ese escenario. Declarándole mi amor a cada compás de la música…Cuando terminé de tocar bajé, y le entregué el anillo de compromiso. Ella no pudo ni decir que sí, me beso mientras lloraba de emoción.
-Pues…yo no he llegado a tu nivel abuelo, pero bueno, también fue bonito. Le di el anillo en una bonita plaza de Praga.-
La elegancia es saber siempre de dónde vienes. Es saber cuidar a los que te quieren. Es humildad y sencillez. La elegancia no es belleza. La elegancia es una forma de ser.
-Lo importante es que seáis felices y sepáis amaros toda la vida-
- No conocía tu faceta de gentelman abuelo- dijo mientras esbozaba una sonrisa.
-Mira, yo creo en la elegancia. Pero creo que significa mucho más que un traje o un vestido nuevo. La elegancia es saber siempre de dónde vienes. Es saber cuidar a los que te quieren. Es humildad y sencillez. La elegancia no es belleza. La elegancia es una forma de ser.
-Tienes que darme más consejos abuelo, casanova a tu lado era un novato-
Dame un segundo voy a la cocina a recoger la cafetera y vuelvo para seguir charlando.
Después de salir de la cocina, fue lo más rápido que pudo a su habitación, abrió un cajón y cogió una agenda. Pasó páginas hasta llegar al día doce de Octubre. Apuntó en mayúsculas “BODA DE PEDRO”.
Y mientras cerraba la agenda, la fecha, ya difusa, se esfumaba de su memoria.
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