Qué es un ERTE y cómo afrontarlo a nivel emocional en todos los ámbitos

Pero, ¿qué es exactamente un ERTE y cómo podemos afrontarlo a nivel emocional si nos ocurre a nosotros?
Significado del término ERTE
Las siglas ERTE hacen referencia a “expediente de regulación temporal de empleo” y constituyen una medida para que, en épocas de crisis económica o bajada de producción, las empresas puedan trasladar su fuerza de trabajo al futuro, disminuyendo la presencia de la plantilla en una etapa de baja producción y activándoles de nuevo en una etapa posterior de recuperación de las circunstancias habituales. Ahorra costes de personal y tiene como objetivo evitar despidos.
Un ERTE puede materializarse en dos medidas más concretas: reducción de jornada o suspensión del contrato. En la reducción se recorta la jornada de todos o algunos de los trabajadores, y en la suspensión el trabajador deja de ir a trabajar y de percibir su salario hasta que la situación se revierta.
Los ERTEs ya existían antes de la crisis del Covid-19, pero en esta circunstancia excepcional, tienen algunas peculiaridades que impactan en la empresa y en los trabajadores. El gobierno aprobó el pasado 17 de marzo un Real Decreto en el que se detallan dichas peculiaridades. De cara a las empresas, se facilita y agiliza el proceso de los llamados ERTEs “por fuerza mayor”, es decir, aquellos motivados por circunstancias que se derivan directamente del estado de alarma (por ejemplo, un restaurante que está obligado a cerrar o una empresa de eventos que no puede operar), para que puedan gestionarse rápido y de forma más sencilla. A la vez, se garantizan los derechos de los trabajadores, ya que siguen cotizando a la Seguridad Social y tienen derecho a paro. Aquellos trabajadores que no reúnan los requisitos para percibir una prestación por desempleo, podrán recibirla solo si el ERTE es de fuerza mayor. La prestación se cobra por la jornada que se ha reducido o por el total de la jornada, si estamos ante una suspensión del contrato.
Esto tiene muchísimas implicaciones para el más de un millón de personas que están ya afectadas. Además, no hay que olvidar que se produce en un contexto de crisis sanitaria de unas dimensiones impredecibles, que nos obliga a permanecer en casa confinados o a acudir a nuestro puesto de trabajo exponiéndonos al virus. Hay personas que permanecen en su casa solas, otras que tienen que trabajar mientras atienden a sus hijos, otras que tienen mucho riesgo y extreman las precauciones hasta la obsesión… No es un escenario fácil para ninguno de nosotros. Sin embargo, lo peor de esta situación no son las cosas que ya sabemos, si no las que aún no conocemos, es decir, la incertidumbre: ¿cuándo acabará todo? ¿cuándo volveré a mi empresa? ¿mi hija se graduará este año? ¿Me contagiaré yo o alguien de mi círculo?...
¿Cómo afecta un ERTE a nivel emocional?
La incertidumbre puede generar muchas emociones muy diferentes entre sí, pero es habitual que genere ansiedad, estrés, sentimientos de indefensión, sensación de soledad extrema y aislamiento, miedo, confusión, inseguridad, melancolía, aburrimiento… Por tanto, estas emociones son habituales, pero lo más importante es que son normales. Todos podemos sentirlas y sería raro que alguien solo sintiese continua alegría y serenidad ante esta situación.
Pero si a la incertidumbre general añadimos que estamos incluidos en un ERTE, todo puede multiplicarse y volverse inmanejable por dos razones más: una caída significativa de ingresos y un cambio radical en las rutinas y actividades del día a día. Esta situación deja en riesgo a algunos colectivos específicos (por ejemplo, las personas más pobres) o a determinados sectores de actividad (la hostelería o el ocio).
Una caída de los ingresos que percibe una persona puede afectar seriamente al pago de sus deudas o de sus gastos indispensables. Esto genera estrés, tensión familiar, inseguridad, insomnio, ansiedad por el futuro, añoranza del pasado… Para afrontar esto es importante identificar lo que sentimos y por qué lo sentimos, intentar aceptarlo y encontrar el equilibrio entre una visión realista de la situación económica y un recorte de los gastos, y una visión demasiado optimista o catastrofista que no responde a la realidad del presente. Por supuesto, el apoyo del círculo social y familiar es un amortiguador del impacto. No podemos vernos físicamente con muchas personas a las que queremos, pero la tecnología nos ayuda a estar más “cerca”.
Además, las personas incluidas en un ERTE verán afectadas sus rutinas y sus actividades, y esto puede afectar al sentimiento de valía o utilidad, a la autoestima, al autocuidado o a la convivencia familiar. Hay personas que en esta crisis están cambiando sus vidas y adquiriendo hábitos saludables y productivos mucho más adecuados que cuando trabajaban y salían de casa. Y eso es genial, pero es importante entender que la meta no es esta y que lo más normal es que no ocurra. Lo normal es que se descontrolen los horarios, las comidas o las horas de sueño, y que la relación familiar se resienta. Eso si, llega un punto en el que lo más adaptativo es ponerse como objetivo unos mínimos, alejados de la perfección, que nos mantengan sanos y algo ocupados. Hacer esa receta que llevábamos tiempo queriendo hacer, leer, dibujar, ver series o hacer algo de yoga en casa son algunas de las cosas que podemos hacer para ordenar nuestra vida mínimamente, ocupar nuestro tiempo y mantenernos emocional y físicamente saludables. Además, hay muchas rutinas que podemos mantener con un formato diferente: tomar algo con unos amigos a través de una videollamada o jugar a “adivina la película” con nuestras familias a través del grupo de Whatsapp son algunos ejemplos.
En definitiva, la situación sanitaria, económica y social que estamos viviendo de forma tan repentina nos obliga a adaptarnos, cambiar nuestros modelos de relación y aceptar un torrente de emociones muy intensas con las que estamos aprendiendo a convivir. Esto pasará, pero nuestra salud emocional seguirá siendo importante. Cuidémosla.