Relato sobre el bullying en primer persona: "Días de sombras"

De vez en cuando me siento en la cama y observo los pequeños y ajados zapatos del 36 con los que iba a la escuela. Fueron los zapatos que me acompañaron en el peor año de mi vida. Cuando terminó el curso, quería tirarlos a la basura, pero mi padre me dijo que los guardara y que siempre que alguien me dijera que no soy capaz de hacer algo, los mirara y recordara que soy capaz de hacer cualquier cosa que me proponga. Siempre se ha dicho que comprendes mucho mejor a las personas si te pones sus zapatos.
Tenía unos 12 años cuando comencé la ESO. Aún recuerdo la ilusión que sentía. La ESO era como el primer paso para sentirte mayor. La verdad que había llegado hasta allí sin apenas haber estudiado. Atendía en clase, tenía muy buena retentiva y comprendía todo a la primera. Mis notas siempre eran las más altas de la clase. Pero ese año, no iba a ser todo lo ideal que había imaginado…
No eres consciente de la situación, pero es una depresión en toda regla: ansiedad, miedo, angustia, sentimiento de inferioridad...
En aquella clase, había un par de chicos que habían repetido. Eran más altos y fuertes que el resto y estudiar o leer no era una de sus pasiones precisamente. De hecho solo tenían un hobby. Y para ser más sinceros, yo era ese hobby.
La primera chispa saltó la segunda semana de clase. Uno de ellos se sentaba justo detrás mío. Cuando el profesor no miraba, comenzó a tirarme del pelo, a darme collejas y a susurrarme al oído “empollón”. Me incomodaba bastante, pero pasaba del tema y ni siquiera le daba importancia.
Pasaban los días y sus impertinencias hacia mi aumentaban en número y diversidad. Me ponían la zancadilla si tenían oportunidad, me cortaban con tijeras los cordones, se reían de mí en grupos como creyéndose más listos, etc. Yo seguía pasando pero la situación empezaba a ser realmente incómoda.
Un día en el descanso de una clase fui al baño. Me siguieron y se metieron dentro conmigo. Me amenazaron con pegarme una paliza sino les hacía los deberes y trabajos. Insistían en que fueran diferentes, que no se notaran que eran copiados o la paliza sería peor. Ahí fue cuando la incomodidad paso a llamarse miedo.
No conté nada a mis padres. Ni a los profesores. Ni a mis amigos. Tenía un miedo atroz de que me pasara algo grave y luego a ellos por decírselo. Así que comencé a hacer mis deberes y los suyos. Me encerraba en el cuarto y me pegaba dos o tres horas sin parar. Recuerdo como mis padres me empujaban a salir a la calle con mis amigos, pero yo les decía que me gustaba leer. En realidad no me los quería encontrar por ahí. Me refugié en que si les hacía los deberes, me dejarían en paz. Pero mi miedo no hacía más que aumentar.
Pronto, incrementaron sus abusos sobre mí y me pedían que les diera toda la propina que me daban mis padres o me pegarían hasta no poder más. Siempre se despedían dándome una fuerte colleja que a veces picaba bastante.
Mi mente se estaba ofuscando. En esos momentos no controlas tus emociones y no eres consciente de la situación que vives, pero es una depresión en toda regla; ansiedad, miedo, angustia, sentimiento de inferioridad…
Había transcurrido un año ya desde las primeras collejas. Me preguntaban porque me veían raro, diferente, pero no percibían nada más lejos de ahí. Recibieron las notas de mi primer año de la ESO con asombro. Sólo aprobé seis asignaturas de diez.
Mis padres se sentaron conmigo y me preguntaban si me pasaba algo, si todo iba bien, que me veían diferente, como si tuviera algo agarrado que me hubiera estancado. Entonces rompí a llorar. Fue la primera vez que lloré debido a los abusos. Quería parecer fuerte y arreglarlo yo solo, sin ayuda de nadie, pero en ese momento, vi que la situación me desbordaba, que necesitaba ayuda de mis padres. Así que les conté todo lo que había pasado ese año.
Quería parecer fuerte y arreglarlo yo solo. Cuando la situación ya me desbordaba, entendí que necesitaba ayuda de mis padres.
Hablaron con los profesores y expulsaron a los dos chicos del colegio. Ellos lo negaban todo, pero no fueron capaces de explicar ni un solo trabajo del curso, se delataron solos.
Cuando llegó el periodo de recuperaciones ya estaba con la mente despejada, hacía semanas que no los veía. Saqué tres dieces y un nueve. Salía con los amigos y me divertía. Todo volvía a la normalidad.
Llegaron las vacaciones y todo era alegría. Hasta que un día, me encontré con uno de ellos por la calle. Yo había crecido en autoestima y en estatura. Se plantó delante de mí sin dejarme avanzar. Me dijo que tenía una paliza pendiente conmigo. No aparte la mirada y le dije que empezara ahora mismo. Se quedó callado, impasible. Se mordió el labio se giró y se fue. No me había sentido tan bien desde hacía mucho tiempo.
Entonces llegó segundo de ESO, tuve que cambiarme los zapatos. Pegué el estirón y pase de un 36 a un 38. Así que, cuando iba a tirar los viejos zapatos, mi padre me dijo…
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¿Por qué hacemos microrelatos? Con el programa ARTERIADKV, DKV Seguros engloba diferentes acciones que fomentan la creación artística, siempre ligada a la salud y a la mejora de la calidad de vida. De este modo, pretendemos estimular la innovación y la creatividad en el sector asegurador y sanitario, además de fomentarla como un valor en la sociedad.