Baja autoestima, ¿cuáles son sus síntomas?
Es posible que simplemente las preocupaciones cotidianas: falta de dinero, problemas con la pareja o con los hijos, etc., nos abrumen de tal forma, que nos generen un malestar emocional difícil de definir. Será cuando empecemos a tener baja autoestima.
Cómo detectar la baja autoestima
Este malestar, que queda para uno mismo, por la dificultad de relacionarlo con los hechos, por la complejidad que supone reconocer las emociones que llevamos dentro y por el esfuerzo de verbalizarlo, hace que veamos el mundo atendiendo selectivamente a lo negativo, y nos sintamos y nos comportemos de una determinada forma. Lo que para los psicólogos serían síntomas visibles de malestar emocional.
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Estar siempre a la defensiva: cuando estamos mal emocionalmente somos más vulnerables y nuestra autoestima cae. Debido a esto, malinterpretamos las palabras y las acciones de los demás, sintiendo que nos están atacando y que nos tenemos que defender. Para ello, activamos el “modo autoprotección”, que consiste en comportamientos agresivos o desproporcionados que generan la falsa sensación de estar protegiéndonos de un peligro que sólo está en nuestra mente.
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Ser excesivamente crítico: cuando sufrimos emocionalmente, intentamos tenerlo todo controlado para impedir que cualquier cosa interfiera en nuestra vida. Es tal el colapso mental que sentimos, que no nos podemos permitir añadir alteraciones nuevas al “cóctel” emocional al que ya estamos acostumbrados. Esto nos lleva a pensar que siendo intransigentes con nosotros mismos y con los demás las cosas no van a ir a peor, pero la realidad es que tal rigidez deja muy poco margen de actuación y dificulta enormemente el salir del sufrimiento.
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Sentirse apagado: la sobrecarga emocional cansa, y cansa mucho. Nos hace sentir sin fuerzas y sin vitalidad. Hace que todo nos suponga un gran esfuerzo mental y físico e incluso que nos cueste tomar decisiones, organizarnos y hacer las pequeñeces del día a día.
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No tener en cuenta las opiniones de los demás: cuando estamos invadidos por nuestras emociones, no nos escuchamos a nosotros mismos ni tampoco a los demás. Esto hace que no nos paremos a pensar cómo estamos entendiendo y atendiendo a lo que nos rodea, desaprovechando la oportunidad de conocer diferentes puntos de vista que pueden ser útiles para aliviar nuestro malestar emocional.
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Tener la sensación de no avanzar: estar bloqueado emocionalmente nos impide pensar antes de hablar y tomar perspectiva sobre lo que nos está sucediendo. El no poder observar el problema desde fuera, sin la invasión de las emociones modificando nuestro pensamiento, hace que tomemos decisiones siempre en la misma línea, impidiendo así el avance hacia otro lado.
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Sentirse inseguro: cuando estamos pasando un mal momento emocional, nuestra identidad se ve afectada y nos cuesta comprender quiénes somos, cómo nos sentimos y hasta dónde somos capaces de llegar. Como consecuencia, en muchas ocasiones, llegamos a pensar que necesitamos a alguien que supla nuestras carencias, que nos proteja y nos dirija en el día a día.
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Tener dificultad para decir adiós: el miedo al vacío emocional hace que nos cueste desprendernos de cosas que sabemos que nos están haciendo sufrir. Entendemos que, aunque nuestra arquitectura emocional esté a punto de derrumbarse, hay unos pilares básicos que no podemos derruir y nos empeñamos en mantener formas de pensamiento rígidas y disfuncionales. Pero esta percepción no podría estar más equivocada, ya que en realidad es fruto del agotamiento y del bloqueo que ocasiona la intoxicación emocional.
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Tener dolores corporales: el hecho de desatender las emociones que estamos sintiendo, puede provocar que nuestro cuerpo grite lo que nuestra boca calla. Los dolores corporales en muchas ocasiones son representaciones físicas de emociones que no estamos escuchando. Por ello hay dolencias que no desaparecen con tratamiento.
Prevención de la baja autoestima
El lado bueno de tener estos síntomas es que mediante señales que nos manda el cuerpo, podemos detectar que emocionalmente no estamos bien y dirigirnos hacia un cambio. Pero, por el contrario, puede ocurrir que tengamos síntomas, pero no seamos capaces de reconocerlos o relacionarlos con la emocionalidad interna y esto puede provocar que se alarguen en el tiempo, desarrollando verdaderos trastornos invalidantes, como la ansiedad crónica, la depresión y la dependencia, entre otros.
Muchas personas, ante este dolor emocional, optan por la estrategia de distraerse con otras actividades, y así no hacer frente al problema, pero esta táctica no sólo no ayuda, si no que empeora las cosas. Las emociones necesitan ser atendidas para ser calmadas, y si hacemos como que no existen o las dejamos de lado, aparecen con más fuerza, hasta conseguir captar nuestra atención para que hagamos algo al respecto. De ahí que existan enfermedades, como la fibromialgia, que mejoran con tratamiento psicológico al empezar a dar voz a emociones reprimidas durante mucho tiempo. Por ello, la auto-observación es el primer paso para poder superarlo, puesto que poner nombre a nuestras emociones nos ayuda a poder gestionarlas.