Gestión de la agresividad en adolescentes

Una investigación sobre la agresividad señala que "...la agresividad parece ser una emoción humana fundamental y vital, y su experiencia es, en teoría, universal". (Chon 2000, p. 148). Es decir, la agresividad es una conducta (que implica ciertas emociones) en la que podemos caer todas y todos, independientemente de la edad, sexo u origen ya que naturalmente cumple una función (por ejemplo, protegernos de un estímulo potencialmente peligroso o defendernos ante un ataque). Por lo cual, la agresividad, ni es “mala”, ni es “buena”, nos ayuda a conseguir algo. Pero entonces, ¿cuándo se vuelve problemática la agresividad? La agresividad se convierte en una conducta problemática cuando aparece en un contexto inadecuado y/o cuando su intensidad, frecuencia y/o duración acarrean consecuencias negativas para esa persona o para su entorno.
La adolescencia es un periodo del desarrollo humano que conlleva muchos cambios fisiológicos, conductuales y cognitivos. Supone un contexto nuevo y el comienzo de la autonomía personal. Es en este periodo cuando la agresividad empieza a cobrar un papel importante en el espacio del adolescente, sobre todo, si no se regula adecuadamente.
Una agresividad no regulada generará seguramente problemas en las relaciones. Es más, se sabe que la agresividad está relacionada con el abuso de sustancias, con la desorganización de la conducta motriz, con la agresión física e incluso con problemas médicos a causa del estrés.
¿Qué es la agresividad?
Según Anderson y Bushman (2001) “la agresión humana es cualquier conducta dirigida hacia otra persona que se lleva a cabo con la intención (inmediata) de causar daño”. Es por esto que cualquier daño accidental no debe considerarse como agresivo, ya que para que podamos definir una conducta como agresiva es necesario que exista la motivación específica de hacer daño.
No todas las agresiones son del mismo tipo ni tienen las mismas características en lo que a la motivación se refiere. Existen distintas distinciones de la agresividad a nivel teórico; por un lado nos encontramos con la agresión hostil, también llamada afectiva o reactiva, que se refiere a una agresión impulsiva, que no ha sido planificada, cuyo motivo es dañar a la otra persona implicada y que surge tras algún tipo de provocación. Y por otro lado, en su nivel opuesto, nos encontramos con la agresión instrumental. Se trata de una agresión planificada, en forma de premeditación a fin obtener algún tipo de objetivo de la persona implicada o a través de ella. Por lo tanto, nos encontramos con diferentes tipos de agresividad, aquella que surge en forma de impulso en reacción a un contexto determinado y aquella que es premeditada y pretende agredir a la persona que se interpone en una meta o fin (por ejemplo, una adolescente sufre bullying porque saca mejores notas que la agresora).
Agresividad en adolescentes, ¿a qué es debido?
No podemos olvidarnos de que existe una agresividad autodirigida, la violencia autoinfligida, también muy común entre los adolescentes. Es aquella violencia infligida a uno mismo o a una misma (corte, golpes, provocarse el vómito, intentos de suicidio, etc.) Como se puede observar, la agresividad es una conducta que es muy importante atender a estas edades.
La adolescencia es un periodo difícil. Estamos creciendo y consiguiendo cada vez más independencia y autonomía, empezamos a pasar más tiempo con nuestros iguales, la idealización de nuestros padres/madres se rompe, empezamos a construir nuestra identidad, a tener nuestras primeras relaciones, a adquirir mayores responsabilidades, todo esto y mucho más (haciendo mención especial al mejunje fisiológico que aparece en esa edad, con todos los cambios físicos que supone). Gestionar emociones como la rabia, el enfado, la frustración o la impotencia en el contexto adolescente parece entonces bastante complicado.
Hablemos entonces de la importancia de la regulación emocional. Aunque su definición en el ámbito científico todavía es motivo de debate, la regulación emocional conforma una de las partes de la inteligencia emocional; es aquella que se encarga de la gestión de nuestras emociones o de las de otra persona. Es la habilidad para cambiar la intensidad, la frecuencia, la duración o la experiencia de la propia emoción, como también la capacidad de elegir el contexto de expresión y la forma de la emoción. Gestionar emociones es una habilidad que tenemos y además aprendemos, pero no significa que por tenerla sepamos cómo hacer uso de ella de manera útil. Por ejemplo, una adolescente acaba de tener una discusión con sus padres y gestiona ese enfado pegando una patada a la puerta (lo que provoca una reacción también agresiva de sus padres). Seguramente, pegar una patada a la puerta sirva para descargar la tensión acumulada y parar la discusión pero ¿ha sido útil?.
Algunas claves para gestionar la agresividad con nuestro hijo o hija adolescente.
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Como padres y madres debemos ser conscientes de que nuestros niños nos ven como un espejo y acaban siendo el reflejo de cómo nos comportamos. Normalmente somos los primeros educadores a nivel de gestión emocional (y a otros muchos niveles). Es fundamental observarnos a nosotros y nosotras mismas y preguntarnos qué estamos haciendo mal y cómo podemos hacerlo mejor. Recuerda que acudir a un profesional para gestionar esta situación individual y familiar puede ser una buena opción.
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La comunicación fluida y adecuada es la base para entender la visión de la otra persona. Hay que estar abiertas y abiertos a escuchar a los y las adolescentes, aunque sus problemas no nos parezcan de gran magnitud no significan que ellos y ellas no sufran.
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Es fundamental validar cómo se está sintiendo, sobre todo en momentos de enfado. Para un/a adolescente seguramente sea difícil gestionar sus emociones que además pueden ser percibidas con una alta intensidad. De hecho, si no se le da importancia a lo que están sintiendo, el enfado incrementará y la sensación de impotencia con ella. Recuerda que validar no significa dar la razón, significa entender que bajo una circunstancia una persona se comporte, sienta y piense de una manera determinada.
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Aunque queramos ponerle fin a los problemas de nuestros adolescentes lo antes posible, lo que conviene realmente es preguntar, previamente, si quieren algún consejo o ayuda. De este modo, al prevenir, estaremos evitando conflictos. Muchas veces lo que se necesita no son soluciones, si no un abrazo o unas palabras de entendimiento.
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Crear un ambiente sano en casa, ligero de presiones y exigencias demasiado rigurosas. También es muy importante ofrecer oportunidades de autocuidado a nuestros adolescentes: invitar a nuestro hija o hijo a que se apunte a algún deporte o algo que le guste, a que acuda a terapia si está sintiendo que no sabe cómo gestionar su contexto, etc.
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Recordarle lo que hace bien. Son muchas las ocasiones en las que solo mencionamos lo que no funciona y hay muchas cosas que sí que funcionan en nuestro hijo o hija y que suele hacer bien. Esto incentivará las emociones agradables y la confianza.
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